Imaginad por un momento las toneladas de basura que los humanos generamos cada año, cada mes, cada día. Papel, latas de refresco, aparatos electrónicos, comida, plásticos, escombros... Acúmulandose más y más hasta que la vida en nuestro planeta fuera insoportable, hasta que la ciencia o la robótica fueran incapaces de solucionar el problema y ni tan siquiera los más avanzados robots de limpieza pudieran hacer frente a tanta porquería. Hasta que tuviéramos que abandonar nuestro mundo y viajar al espacio, lejos de nuestro propio hogar. ¿Qué pasaría entonces con todo lo que nos ha definido como humanidad? El cine, la historia, la literatura, el arte, la música o incluso objetos tan simples como un patito de goma... Todo quedaría sepultado bajo la inmundicia, hasta que algo o alguien, muchos años después lo desenterrase y encontrase. Es aquí donde entra Wall-E.
El entrañable robot, en el transcurso de su incansable y preprogramada tarea de limpieza, se dedica a ir recogiendo y coleccionando los objetos que le resultan más peculiares de entre las toneladas de basura, dándoles un valor sentimental y precioso que nunca antes les fuera dado por los humanos. Aunque esta actividad se verá interrumpida en el momento en que conozca a Eva, un modelo de robot-sonda avanzado y se enamore de ella. Dicho encuentro propiciará toda una serie de aventuras que llevarán a Wall-E muy lejos e incluso a protagonizar un papel clave en el futuro de toda la humanidad.
Wall-E es probablemente lo mejor que ha hecho Pixar hasta la fecha, con un personaje entrañable como pocos antes se hayan visto en el cine, y nuevamente los animadores han dotado de vida y emociones a personajes tan fríos como son las máquinas o robots. Es asombroso como hasta una cucaracha (con el repelús que dan) puede resultar hasta mona en manos de estos artistas. Sin duda toda una maravilla de película con momentos divertidos y tiernos para todas las edades.
